Baje las escaleras despacio
cabeza abajo
el cabello ligeramente teñido
los restos del verano son ceniza
el ventilador es un ejemplo, un adversario
pude voltear varias veces seguidas
en un movimiento simétrico y prismático
integre las manchas aceitosas de un recuerdo como un documento de VHS vicioso
la sorpresa del sacrificio permanecía en silencio.
Un oso muerto que me mira tieso fijamente
con ojos brillantes de resina
una sonrisa mafiosa, macabrista
debajo, la alfombra persa con esas formas de siempre
-esa parte de la decoración que te abstrae-
y las paredes constantemente empapeladas que dejan la huella de la permanencia y la tragedia
o lo que sea.
Me quedo allí y recuerdo algunas cosas:
1. Una formación minimalista de aves blancas sobre el firmamento,
fuera del cubo, en la llanura
caían como hermosos papeles blancos fraccionados por el animo de la brisa.
Como el resultado de una hermosa furia de dioses.
2. Un fragmento de montaña abatida, parecía herida. Era agreste a la mitad. Las flores se reunían cada tanto. Estaban también los objetos que sagradamente habían sido violados consecutivamente por el ansia intima y loca de la vegetación. Las grietas en la carretera eran enormes y me hacían sentir segura, como si de ellas dependiese el balance absoluto de la tierra. La naturaleza posesa.
3. El firmamento se había reducido a mi fijación por sus lunares. Abundantes y también simétricos. Aprendí casi al final de ese año que existía un rastro suyo en el centro de su pecho perteneciente al cinturón de orión. Fue justo un día después de ver como la cabeza de William Da Foe voló por los aires tras un disparo de escopeta y fume ese ultimo cigarrillo rancio que esa flaca ingrata me regalo, y no estaba segura de si seria verdaderamente responsable abandonarlo. Llovía a chorros y todo se confundía con un sentimiento antiguo y mío, se desperdigada en el ventanal y era curioso que fuera tan oscura precisamente esa noche. Tenia el recuerdo que me usurpaba la mañana como un hacha. De todas formas fuimos yo y la noche. Los televisores prendidos esperan mi sueño débil para descansar en sus regazos.
Esto fue en el 2011.
Un chico al que el sol le penetra abruptamente lo ojos
y le abruman los zapatos muy formales.
Estuve atada con cintas rojas como un hechizo.
El ansia se desprendió de una misericordia como un néctar, una terrible, nueva y divina droga.
Ese mismo año empezaron los cortes intempestivos de luz
se propagaban impares por toda la ciudad
el verano eterno se vengaba,
volteaba permanentemente los ojos sedados,
sonaban las llaves de los vecinos en mis trasnochos
y quise incendiarme dentro del cubo
aunque deseaba la lengua de las olas sobre mi cuerpo, alargandose siniestras,
la eterna certeza de un sonido benigno
y un amor filoso y correspondido que ya sabia de antes.