ni atravesaste laberintos minotauricos,
ni queme tu pecho con cenizas de hastío.
Vivir en las ruinas marginadas de la antigua Atenas
donde ninguna escultura marchita y monocroma
trata de articularse por si misma.
Al principio me la pasaba flotando
y las paredes me detenían:
estar fuera de todo/no conseguir la estantería perfecta.
Me limitaba a sonreír por falta de tantas cosas,
como la invisibilidad, la lluvia pegajosa
de un invierno seco y el amor.
Siempre tuve la afección involuntaria de los ojos colosales
y una tristeza tallada en la retina casi rosa
nunca tuve una intención de acero.
Pude diagramar bien las orillas de mi plexo
y mi tristeza es simple, armoniosa y densa,
se mueve como el petróleo
y se desarma como las bombas antiguas.
Avanzan los autos negros en líneas oblicuas
congregados todos por el fuego
y la desdicha de no poder edificar algo
que toque nuestra superficie y acaricie erizante