sábado, 10 de marzo de 2012

RITO

Nunca estruje tu rostro contra mis dedos,
ni atravesaste laberintos minotauricos,
ni queme tu pecho con cenizas de hastío.
Vivir en las ruinas marginadas de la antigua Atenas
donde ninguna escultura marchita y monocroma
trata de articularse por si misma.
Al principio me la pasaba flotando 
y las paredes me detenían:
estar fuera de todo/no conseguir la estantería perfecta.
Me limitaba a sonreír por falta de tantas cosas,
como la invisibilidad, la lluvia pegajosa 
de un invierno seco y el amor.
Siempre tuve la afección involuntaria de los ojos colosales
y una tristeza tallada en la retina casi rosa
nunca tuve una intención de acero.
Pude diagramar bien las orillas de mi plexo
y mi tristeza es simple, armoniosa y densa,
se mueve como el petróleo 
y se desarma como las bombas antiguas.

Avanzan los autos negros en líneas oblicuas
congregados todos por el fuego 
y la desdicha de no poder edificar algo
que toque nuestra superficie y acaricie erizante
el musgo estropeado de la fauna interior.

No hay comentarios:

Publicar un comentario